martes, 22 de noviembre de 2016

La niña de Guatemala




Martí, José (texto) y Barraza C., Paulina, La niña de Guatemala, Guatemala, Amanuense, 2016

Una de las mejores cosas de ser hispanohablante y acudir a la Feria de Bolonia es que uno puede entrar en contacto con las editoriales hispanoamericanas que acuden allí cada año y conocer por lo tanto algunas de sus publicaciones, muchas de las cuales (y salvo contadas excepciones como FCE o Ekaré) no llegan al mercado peninsular y no podemos disfrutar a este lado del charco. Esta lamentable desconexión hispana se compensa empero con el enorme entusiasmo de los editores de allá, que siempre están dispuestos a darse a conocer a los lectores españoles y que en muchas ocasiones ofrecen productos tan sumamente interesantes que merece la pena usar este blog como ventana para introducirlos en nuestro mercado y ver si algún editor se anima a publicarlos aquí. La presente entrada es la primera de otras en las que hablaré de algunos descubrimientos que me traje de Bolonia gracias sobre todo a la generosidad y buena disposición de los editores allí presentes, que no dudaron en poner a mi disposición ejemplares de sus libros de poesía para niños cuando así se lo pedí.  
Hoy es el turno es de La niña de Guatemala, una edición en formato de álbum del famoso poema de José Martí, ilustrado por la mexicana Paulina Barraza y con un iluminador postfacio de Carmen Matute, que he sido publicada este mismo año por la editorial guatemalteca Amanuense. Estamos aquí ante un nuevo ejemplo de literatura no adaptada para niños sino adoptada para ellos, es decir, de un texto clásico escrito por un autor clásico sin tener a los niños en mente como receptores pero que un mediador (en este caso, un editor) decide que es apto para dicho público y se lo ofrece con un formato claramente infantil. Esto parece haberse convertido en una tendencia dominante y en auge dentro de la poesía para niños del ámbito hispanoamericano, tanto en su formato de poema único como de conjunto de poemas, aunque con resultados desiguales, pues no siempre el poema elegido resulta apto para un formato como el álbum, donde la secuenciación es tan marcada, y no siempre las ilustraciones aportan algo al texto original que las justifique como tales más allá de la literalidad en la representación de los versos.
En lo que respecta a La niña de Guatemala, la elección resulta acertada porque se trata de un poema que combina a partes iguales lo lírico con lo narrativo, de un lado, y porque está ya estructurado en estrofas de cuatro versos con unidad narrativa que facilitan su conversión en las secuencias de un álbum. La edición de Amanuense las respeta, de manera que el álbum-poema avanza de manera natural en la narración y el ritmo.
Como dice Carmen Matute en el postfacio, el poema “nos cuenta, en nueve cortas estrofas de versos octosílabos, la trágica historia de una joven que prefiere morir al verse despreciada por su amado, que se ha casado con otra”. Se unen en los versos dos temas universales de la literatura, el amor y la muerte, “lo que equivale a decir principio y fin, pues nacemos a la vida por amor pero sabemos que al final del camino a nuestro encuentro vendrá la muerte”, en palabras de la misma Matute. El poema, además, está narrado desde el punto de vista de una voz poética que nos anuncia desde el principio sus intenciones – Quiero, a la sombra de un ala, / contar este cuento en flor: / la niña de Guatemala, / la que se murió de amor – y que asiste al suicidio por amor, el funeral y el enterramiento de la niña de Guatemala, de quien se confiesa enamorado, como un testigo doliente e impotente, por lo que la perspectiva es más compleja de lo que pudiera parecer a simple vista y plantea ciertos desafíos para la ilustración, como la creación de un personaje-yo poético que aparece en la primera y la última ilustración. Por otra parte, se trata de un poema que no puede ocultar su condición finisecular, su sensibilidad fin du siècle, muy visible en el lenguaje floral, en el propio personaje de la niña, en ciertas comparaciones y en detalles un tanto morbosos.  
Pero, claro está, lo más importante a la hora de reseñar este tipo de libros no es el texto en sí – un clásico bien prendido en el imaginario colectivo, del que quizás poco cabe decir a estas alturas – sino la solución que aportan las ilustraciones. Ante un libro así cabe preguntarse si tiene sentido haberlo publicado en formato de álbum y con ilustraciones, y la respuesta en este caso es que sí (y no siempre es así, desde luego).
La niña de Guatemala es a mi juicio una buena elección para construir un álbum poético por las razones que comentaba antes: porque se trata de un poema en el que la concreción narrativa y la dispersión lírica se van alternando y compensando a partes iguales estrofa a estrofa, y eso lo hace especialmente adecuado para un formato esencialmente narrativo como el álbum pero, al mismo tiempo, deja los suficientes espacios vacíos al ilustrador para que pueda aportar algo más que una traslación literal de los versos. Es decir, para que la ilustración sea en sí misma poética también. Así, la ilustradora Paulina Barraza C., cuyos trabajos previos desconocía, opta por soluciones diversas que reflejan esa doble vertiente del texto original, aunque casi siempre opta por las metáforas visuales que huyen de la literalidad para ofrecer una interpretación más indirecta que hace en realidad del libro un verdadero álbum poético y no simplemente un poema ilustrado.
Por supuesto, un poema como este impone al ilustrador la creación de una figura central, la niña de Guatemala, pero también la de otras soluciones no caer en un tremendismo que no encajaría demasiado con este cuento en flor que es el poema de José Martí. Paulina Barraza recoge con sumo acierto la profusión de motivos florales que están presentes en el poema y los convierte en el principal motivo e hilo conductor de todo el volumen.
De esta manera, la ilustradora parece haber actuado como esos adaptadores de novelas al cine, que deciden no ceñirse a la letra pero sí al espíritu, y ha optado por usar el lirio, una flor de tallo largo, como indudable leit motif  de las ilustraciones. Aparece en casi todas las secuencias, pero lo más interesante y acorde con el espíritu fin de siglo del poema es que la propia niña de Guatemala es en sí mismo una especie de flor, una especie de lirio: tiene una forma alargada y estilizada, va vestida de blanco todo el tiempo, y en la escena de la muerte en el río, con la delicadeza elíptica admirable, su cabeza se desliga del tronco como una flor que pierde su corola. Además, la flor se convierte en metáfora y aparece en muchas imágenes. En la contracubierta vemos a la niña agarrando la flor; la primera vez que aparece la niña lo hace confundida con las flores, casi una más, mimetizada; en uno de los momentos culminantes del poema, cuando la niña va a su amada con su mujer desde el mirador, aparece a sus pies una flor caída en el suelo, marchita; cuando se mete en el agua, las corolas aparecen como nenúfares en la superficie, etc.
Por otro lado, huye Barraza de la literalidad en varios pasajes, lo cual confiere a sus ilustraciones y al libro en general una tersura muy poética, y casi siempre lo hace a través de la flor como elemento fundamental. Se ve, por ejemplo, en la secuencia del entierro o en el de la muerte, de modo que las flores se convierten en un leit motif visual metafórico y nos ofrecen una interpretación concreta del poema, ya que aparecen grandes y turgentes en los momentos ligados directamente a la muerte. Es especialmente significativa en este sentido la penúltima secuencia (Allí, en la bóveda helada / la pusieron en dos bancos: / besé su mano afilada, / besé sus zapatos blancos), donde vemos a la niña sentada sobre un hilo que pende de dos caballetes, mirando serenamente al cielo, y a su lado un lirio turgente y en plenitud. Con ello, la ilustradora queda muy lejos de ser una simple traductora literal al lenguaje visual de los versos de Martí, pues aquí nos ofrece una interpretación propia sobre la muerte de la niña de Guatemala, una visión muy específica de la muerte por amor de este personaje que no se limita a replicar el texto, sino que lo amplifica y en cierto modo lo contradice, y que puede entrar asimismo en conflicto con la propia interpretación del lector.
       Con ello, Paulina Barraza, tanto en este como en otros pasajes, se convierte en mediador privilegiado. Con un estilo donde predomina la línea para definir los personajes y los distintos motivos representados (aunque es una línea que se quiebra en muchas ocasiones y que juega sabiamente con las deformaciones y las masas de color, como se ve en la cubierta), nos ofrece realmente un álbum poético y no una mera ilustración de una poesía, porque con sus ilustraciones el poema de José Martí alcanza un nuevo significado que realmente no tendría sin ellas. De ahí, por tanto, que este sí sea un verdadero álbum poético y que sí tenga sentido publicarlo así.   

martes, 15 de noviembre de 2016

El clásico de la semana es...


A mis padres, 
por la rica educación musical que me legaron, 
sin saberlo    

   En la música hispanoamericana, la nana Duerme, negrito es lo que en el jazz llamaríamos un standard, es decir, uno de esos temas clásicos que ha sido interpretado por varios cantantes y que ha pasado al imaginario sonoro colectivo de muchas generaciones. En mi caso, forma parte de mi educación sentimental y musical porque mis padres eran unos grandes aficionados a la música hispanoamericana de raigambre popular. En los largos viajes en coche que hacíamos de Cuenca a Asturias por carreteras de doble dirección sonaban las voces de Mercedes Sosa, María Dolores Pradera, Chavela Vargas (avant Almodóvar, por supuesto), Atahualpa Yupanqui, Lola Beltrán, Víctor Jara o los Calchakis, junto con mucha música clásica y otros hoy ya clásicos como ABBA, José Luis Perales o Labordeta, además de una buena dosis de canciones populares asturianas, para alimentar la euforia de expatriados que regresan a su tierra la ida y paliar la nostalgia de expatriados que se alejan de su tierra a la vuelta. Eran otros tiempos - desde luego, no mejores, pero sí distintos - en los que los niños oían en el coche lo que sus padres ponían y no lo que ellos querían, lo cual permitía que alguien como yo haya oído todo eso en el coche y tenga una educación musical bastante variada (otros padres tal vez más modernos escuchaban a Leonard Cohen o a Bob Dylan, de actualidad por razones diversas). 
  Por eso, en mi memoria musical Duerme, negrito no puede separarse de la voz inconfundible, bronca pero cálida, de la gran Mercedes Sosa, con aquella manera soñadora y parsimoniosa de entonar los "Duerme, duerme", en los que parecía adivinarse los lejanos horizontes del campo donde trabajaba el padre, y aquella otra dura y golpeada de decir los "trabajando duramente", en los que resonaba la denuncia airada de la injusticia social. 


   El sábado pasado esta nana ya universal volvió a mis manos y mis ojos, ya que no a mis oídos, durante mi visita a la estupenda librería especializada en ilustración Estudio 64, situada en el barrio valenciano de Benimaclet. Allí descubrí esta versión, ilustrada por Paloma Valdivia y editada por el FCE en el año 2012, que es una muestra más de la ya extendida tendencia a publicar en formato de libro infantil poemas clásicos del acervo literario hispano, a este y a aquel lado del océano. En este caso, el libro se publica en cartoné y pequeño tamaño, lo cual dibuja sin duda alguna un primer receptor claramente pre-lector, en consonancia con el destinatario del propio texto, que al fin y al cabo es una nana. Se trata, pues, de poesía para primerísimos lectores, que pueden ir acostumbrándose a manipular y manejar un libro antes incluso de saber leerlo. Además del propio formato, las ilustraciones ejercen de elemento facilitador de la recepción, y el estilo naïf y con reminiscencias del arte popular hispanoamericano de Paloma Valdivia  se ofrece aquí tal vez como la mejor opción para plasmar en imágenes esta nana. En consonancia con la dedicatoria de la contracubierta, A mi mamá y a las mujeres que me contaron para dormir, destaca sobre todo el protagonismo que adquiere la figura de una madre cuya figura se expande y ocupa la mayor parte de la distintas secuencias en que se divide el texto y que se ofrece integrada en la naturaleza, pues toda ella está investida de elementos decorativos vegetales que componen su vestido y su tocado. Con ello, Paloma Valdivia conecta a la madre con un complejo y rico simbolismo que, casualmente, coincide con otra potente iconografía materna ofrecida por otra ilustradora sudamericana que posee también un estilo basado en el arte popular de su continente: el álbum Mamá de Mariana Ruiz Johnson (tal vez alguien debería estudiar esta conexión). 
   Incluyo aquí, para el que guste, un enlace de youtube con una versión en directo de la gran Mercedes Sosa, y esta otra del contratenor Philippe Jaroussky, junto al conjunto L'Arpeggiata, dirigido por Christine Pluhar, perteneciente al CD Los pájaros perdidos (una rareza no exenta de interés). 
  
Duerme, duerme, negrito, 
que tu mamá está en campo, negrito. 

Te va a traer
codornices para ti. 

Te va a traer
rica fruta para ti. 

Te va a traer 
carne de cerdo para ti. 

Te va a traer
muchas cosas para ti. 

Y si el negro no se duerme,
viene el diablo blanco y 
zas, le come la patita, 
¡chacapumba!

Duerme, duerme, negrito, 
que tu mamá está en campo, negrito. 

Trabajando, 
trabajando duramente, 
trabajando, sí. 

Trabajando y no le pagan, 
trabajando, sí. 

Trabajando y va tosiendo, 
trabajando, sí. 

Trabajando y va de luto, 
trabajando, sí. 

Para el negrito chiquitito, 
trabajando, sí. 

Duramente, sí. 
Va tosiendo, sí. 

Valdivia, Paloma, Duerme negrito, México, FCE, 2012. 

 
 
 

jueves, 10 de noviembre de 2016

El clásico de la semana

   
  
   
   La famosa librería neoyorquina Strand tiene una pequeña pero bastante jugosa sección de poesía para niños en la que siempre es posible descubrir algunas joyas a muy buenos precios. Allí fue donde me encontré con esta versión del poema de Robert Frost Stopping by Woods on a Snowy Evening ilustrado por Susan Jeffers, publicada en el año 1978 con formato de álbum grande y tapa dura.  
   Aunque conocía a Robert Frost y había leído algún poema suyo anteriormente - también recuerdo una mención a uno de sus poemas en un momento clave de Rebeldes, de S.E. Hinton, pues fue la primera vez que oí hablar de él - no conocía este hermoso y sencillo poema que, como suele ocurrir con la poesía falsamente clara y fácil, esconde muchas posibles lecturas y deja al lector sumido en una leve melancolía con la repetición final del mismo verso (And my to go before I sleep, / And miles to go before I sleep), que queda resonando cuando ha acabado la lectura, como los propios cascabeles del caballo en el silencio helado del bosque de los que habla el mismo poema. 
    Stopping by Woods on a Snowy Evening tiene en principio todos los elementos necesarios para que sea considerado adecuado para niños y ofrecido a estos en una versión ilustrada como la de Susan Jeffers. Su vocabulario es accesible, no hay oscuridad en el lenguaje y posee cierta narratividad y cierta concreción que se convierten en rasgos facilitadores de su lectura. Pero, como acabo de decir, todo ello se conjuga para ofrecer en realidad una pieza de gran espesor simbólico que juega con el riquísimo imaginario ligado al bosque, al viaje y al invierno. Dicho carácter figurativo del poema hace en principio más fácil la siempre complicada tarea de ilustrarlo, pero también la complica porque el ilustrador puede caer siempre en la redundancia, es decir, en limitarse a plasmar en imágenes lo que el poema dice sin llevar a cabo ninguna propuesta que haga del resultado una obra peculiar en la que las imágenes añadan algo a los versos y no simplemente repliquen los repliquen. Afortunadamente, Susan Jeffers ha sabido comprender los huecos de indeterminación y los espacios blancos que el poema deja a la imaginación del lector (no es otra cosa un ilustrador, sino un lector atento y amante) y llenarlos de una forma tan sutil que, en lugar de ofrecer una lectura cerrada al receptor, le invita a indagar aún más en el sentido del texto. Con una técnica depurada y un prodigioso ojo para los detalles, Jeffers construye la atmósfera donde se desarrolla el poema, los bosques en medio de la tarde nevada, usando solamente el blanco y negro, y reserva el color para el anciano que ella (el poema no dice nada de este personaje) convierte en protagonista, de tal manera que se acentúa la sensación de frío y aislamiento que se desprende del poema. Así el carácter alusivo del poema obliga Jeffers a darnos su propia interpretación de algunos pasajes (por ejemplo, en But I have promises to keep, que amplía los versos) y a tomar decisiones acertadas en momentos clave como el final, que, en dos secuencias distintas, refleja el momento en que el protagonismo prosigue su camino: la primera, ante la atenta mirada de varios animales del bosque; la segunda, más lejos ya y empequeñecido, perdido entre una tormenta de nieve que ocupa toda la doble página e incide en el aspecto simbólico del verso (And mis to go before I sleep), el cual habla del camino en sí mismo pero también, por supuesto, del viaje por excelencia, que no es otro que la ruta de la vida que lleva hasta la muerte. 

Whose woods these are I think I know.   
His house is in the village though;   
He will not see me stopping here   
To watch his woods fill up with snow.   

My little horse must think it queer   
To stop without a farmhouse near   
Between the woods and frozen lake   
The darkest evening of the year.   

He gives his harness bells a shake   
To ask if there is some mistake.   
The only other sound’s the sweep   
Of easy wind and downy flake.   

The woods are lovely, dark and deep,   
But I have promises to keep,   
And miles to go before I sleep,   
And miles to go before I sleep.

Se puede leer una traducción al español aquí. Además, en youtube hay un vídeo en el que se muestra el libro completo (aunque no sea de mucha calidad). 

Frost, Robert, Stopping by Woods on a Snowy Evening, ilustrado por Susan Jeffers, Nueva York, Dutton, 1978. 




martes, 1 de noviembre de 2016

El clásico de la semana es...


Para Alberto, que me llevó hasta este libro
   
Estar siempre ojo avizor a la caza de tesoros en las librerías tiene sus recompensas, por supuesto. Ayer, paseando distraídamente después de comer con un amigo por una enorme tienda de antigüedades de varios pisos situada en el centro de Kansas City, donde entramos por casualidad, me encontré con una joya cuya existencia desconocía: una colección de rimas tradicionales infantiles reunidas por los dos grandes recopiladores de la lírica para niños inglesa, el matrimonio formado por Ioa y Peter Opie, pero con el añadido de estar ilustrada por el gran Maurice Sendak. Y lo mejor de todo, a un precio realmente irrisorio. Un tesoro, sin duda alguna, que parecía estar esperando a que pasara alguien como yo por allí para llevárselo a casa, al otro lado del mundo. 

Fallo del IX Premio Internacional Ciudad de Orihuela de Poesía para Niños

     

   La bonaerense Natalí Tentori ha sido galardonada con el IX Premio Internacional Ciudad de Orihuela de Poesía para Niños por la obra presentada con el lema Arroz con leche. El certamen, convocado por la Concejalía de Educación de Orihuela y el sello Faktoría K de la editorial Kalandraka, tiene una dotación de 5.000 euros. Elegido por unanimidad entre 139 trabajos procedentes de varios países, Arroz con leche ofrece según el jurado “vivencias cercanas y familiares en las que podemos reconocernos y descubrir la dimensión mágica de las cosas cotidianas”. 
   Más información, aquí.