lunes, 26 de enero de 2015

The Song of Wandering Aengus


Yeats, Willian Butler (texto) y Marina Marcolin (ilustraciones), The Song of Wandering Aengus, An Spidéal, Futa Futa, 2014.

W.B. Yeats es sin duda el gran poeta nacional irlandés, en una tierra pródiga en grandes y premiados poetas, y puede que lo sea porque su poesía logró plasmar de manera mítica y arquetípica la esencia de lo irlandés, al menos tal y como lo concebimos los que no somos irlandeses: una tierra verde y brumosa, medio salvaje, llena de cantos, baladas y leyendas, donde en cada rincón acecha el misterio pero también la poesía.
Sin embargo, la poesía de Yeats no es fácil. O, mejor dicho, no es fácil llegar a ella porque es engañosamente fácil, y a veces uno se queda con cara de ¿Y? después de leer un poema suyo. Pero si toda poesía ha de leerse a ser posible en versión original para comprenderla del todo y toda traducción de poesía es en poesía más que en prosa una traición continuada, en el caso de Yeats lo es aún más. De hecho, no fue hasta que leí sus poemas en inglés cuando comencé a apreciarlos como se merecían, pues es solo en su versión original donde salta al oído su sonoridad próxima a la balada, su ritmo irresistible, su incuestionable embrujo sonoro. Además, Yeats es un poeta de sorpresas, porque en más de una ocasión sus poemas discurren por una aparente senda de prosaísmo que desemboca empero en una imagen sublime e inolvidable que es la que sostiene el resto de los versos, los transfigura y nos ilumina a modo de saludo final. Sucede, por ejemplo, en uno de sus más conocidos, When you’re old, y sucede también en este The Song of Wandering Aengus, cuyos dos versos finales son antológicos: The silver apples of the moon / The golden apples of the sun, es decir, “Las manzanas plateadas de la luna, / las manzanas doradas del sol*. Dos versos, por cierto, usados con gran acierto en Los puentes de Madison, una película sobre un breve encuentro amoroso que remitía con gran congruencia así a este poema sobre un encuentro amoroso breve que, como aquel del film de Eastwood, se prolonga a través del tiempo y el recuerdo. 
Yeats, claro está, no escribió estos versos  para niños, pero volvemos a lo de siempre, a la adecuación por encima de la pretensión, al hecho de que la literatura infantil es eminentemente un gran monstruo voraz y sobre todo pragmático, que come de todo y coge aquello que se aviene con ella, venga de donde venga, y haya sido escrito con la intención que haya sido escrito. Aun así, tanto esta canción como otros de sus poemas como se pueden considerar aptos para niños, pues cumplen con bastantes de los rasgos más recurrentes de la poesía infantil: hay una gran presencia de la narratividad, un ritmo muy marcado que hace que casi se puedan cantar (muchos han sido musicados, como el conocidísimo Down by the Salley Garden, usado por cierto en los créditos de la película El baile de agosto), una aparente pero engañosa transparencia que los hace fáciles de entender y que al mismo tiempo no está reñida con una poeticidad altísima, a veces recóndita pero siempre iluminadora, a la que hacía referencia antes. Por todo ello, no es de extrañar que este poema se haya convertido en un libro ilustrado. Lo que sí puede sorprender a priori es que, a la hora de plasmar en imágenes esta pieza tan arquetípicamente irlandesa, no se haya elegido un ilustrador de esa nacionalidad, sino a una artista italiana, Marina Marcolin. Y no cabe, en cambio, imaginar una mejor opción para este texto.
Marina Marcolin es una artista con un estilo basado en gran parte en la elección de una técnica única no demasiado usada en la ilustración actual: la acuarela. En sus obras la técnica es el estilo, en cierto modo, como ya comenté hace unos meses al reseñar otro magnífico libro magníficamente ilustrado por ella, Poesie della notte, del giorno, di ogni cosa intorno. Nada mejor que sus acuarelas, con su delicada acuosidad, sus difuminados, sus colores poco saturados, para replicar en imágenes esa Irlanda arquetípica de la que ya hemos hablado antes, húmeda y brumosa, que además es la que parece dibujar Yeats en sus versos.
Pero para ilustrar el estilo no basta, porque la ilustración, que no es sino otra manera de ofrecer una interpretación de un texto (como la misma crítica literaria), implica una continua toma de decisiones, que con textos no destinados para formar parte de una obra ilustrada comienza ya con la propia estructuración, porque es necesario, en primer lugar, secuenciarlo, y, en segundo lugar, elegir una imagen que acompañe a los versos, que es un proceso más complicado de lo que parece, sobre todo en el caso de la poesía, ya que normalmente la capacidad de sugerencia deja versos abiertos en su interpretación que deben ser rellenados de una determinada manera. Así, si traducir es en cierto modo traicionar, porque hay que elegir una de las posibles opciones para cerrar el texto en otro idioma, ilustrar también lo es, porque ofrecer al lector una imagen al lado del texto cierra el proceso interpretativo.   
En el caso de este poema, no debe de haber sido muy difícil secuenciarlo porque él mismo está ordenado, por su narratividad, en secuencias bastante aislables y reconocibles; pero se nota que la ilustradora – o quienquiera que se haya encargado de hacer la secuenciación – ha interiorizado bien el texto, porque la secuenciación no obedece a una distribución regular de los versos, es decir, no se cortan los versos de dos o en dos, o de tres en tres, sino en función de la progresión narrativa del propio poema; de ahí que haya a veces secuencias de uno, dos, tres y cuatro versos. Sí que debe de haber sido más difícil en cambio encontrar las imágenes que deben ilustrar cada secuencia, porque además una poesía tan engañosamente transparente como la de Yeats corre el peligro al ser ilustrada de caer en la redundancia, es decir, puede hacer que el lector se pregunte: ¿y para qué la ilustración?
En el caso de las ilustraciones de Marina Marcolin, estas fluctúan entre lo ambiental, lo metafórico y lo literal. Es importantísimo, por ejemplo, el papel que el paisaje desempeña en estas ilustraciones, que tienen de esta manera una función claramente ambiental que conecta con el imaginario irlandés, y que queda de relieve desde los páramos que podemos ver en las guardas, y las colinas verdes, con cielo nuboso y húmedo, que precede a la portada, y que luego tendrá continuidad más adelante.
Luego hay también soluciones metafóricas que añaden un toque personal al texto. Por ejemplo, en la primera secuencia (I went out to the hazel Wood / Because a fire was in my head), donde vemos una silueta masculina difuminada y empequeñecida caminando sobre la rama de un árbol que se va perdiendo y difuminando también a lo largo de la página.
 El ejemplo más claro es la tercera secuencia, donde se narra cómo Aengus pesca una trucha plateada (And when white moths are on the wing/ And moth-like stars were flickering out / I dropped the berry in the stream / And caught a little silver trout), y vemos cómo esa misma silueta masculina, con los pies metidos en el agua y pescando con una rama de avellano, con un hilo que llega hasta las estrellas y que pesca una estrella del cielo estrellado que se ve en la parte izquierda de la doble página. De esta manera, se da una interpretación – parcial, por supuesto, pero también personal – concreta de esa parte mágica del poema, en el que la trucha plateada se convierte, como se ve después, en una joven luminosa con flores de manzano en la cabeza. La representación de esta joven, clave para el poema, está caracterizada por una acertada evanescencia que se consigue muy bien con la acuarela, como también el momento en que desaparece, en la siguiente secuencia, de una gran belleza.
La última parte del poema, ya donde entra en escena la melancolía, el poema se parte en secuencias más cortas. En la primera vemos esa misma silueta difuminada y perdida en medio del paisaje pero con un cayado y encorvada (Though I am old with wandering), y, en medio de dos secuencias donde el paisaje vuelve a ser protagonista (Through hollow lands and hilly hands / And walk among long dappled grass), la ilustradora nos ofrece otra interpretación más personal del texto en dos versos importantes (I will find out where she has gone / And kiss her lips and take her hands), donde, en medio de un cielo donde vuela una bandada de pájaros, podemos ver en primer plano dos manos por la derecha encontrándose otra por la izquierda, todas ellas difuminadas también, haciendo hincapié, pues, en la propia irrealidad del verso, que no expresa una realidad sino un deseo.
Finalmente, la última secuencia (And pluck till time and times are done / The silver apples of the moon / The golden apples of the sun) es todo un desafío para la ilustración, por su poder metafórico y evocativo. Marcolin lo resuelve de una manera intermedia. Nos ofrece una doble página dividida claramente dos partes: la de la izquierda representa un noche con luna casi llena, y es azul,oscura y plateada; la de la derecha tiene un fondo blanco y dorado. En medio, con la mitad en cada una de las páginas, la copa de un manzano: la mitad izquierda es oscura y plateada, como ese lado, y la de la derecha es clara y dorada, como el otro lado. Y, para remitir de manera coherente a la primera secuencia, de la copa del árbol sale un rama que se va difuminando y sobre la cual vemos la misma secuencia masculina que hemos conocido a lo largo del poema, pero ahora cogido de la mano a una silueta femenina de perfil. Así, Marcolin nos ofrece una interpretación que cierra el poema, en sí mucho más ambiguo respecto al final, antes de que las guardas nos lleven otra vez a los páramos.
De esta manera, Marina Marcolin consigue algo muy difícil: ponerse al servicio de los versos de Yeats ante todo, pero además ofrecer una interpretación personal; no traicionar el espíritu de los versos, pero llevarlos a su terreno. Un bravo, pues, para ella, y para el editor que tuvo la idea de encargarle la tarea de ilustrar The Song of Wandering Aengus, pues el resultado es una joya que esperamos ver pronto en castellano.


   *El poema se puede leer en castellano en varias webs a las que remite google; sin embargo, en todas ellas, y no se sabe bien por qué razón, se traduce “silver trout” como “trucha dorada”.
          


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