martes, 25 de noviembre de 2014

La reina de Turnedó



Sánchez, Gloria (texto) y Otero, Pablo (ilustraciones), La Reina de Turnedó, Pontevedra, Kalandraka, 2014.

      Como ya dejé de manifiesto en una entrada publicada en este mismo blog hace unos meses, para mí uno de los rasgos más destacables de la literatura infantil es la indefinición genérica. Mientras que en la literatura para adultos la división por géneros, aunque siempre problemática, parece estar más firmemente establecida, en la literatura para niños, sobre todo en aquella dirigida a las primeras edades, parece existir una sana y positiva promiscuidad que luego poco a poco se va perdiendo en favor de categorías más estancas. Así, la narrativa infantil, ya sea el álbum o el cuento popular, usa muchos recursos propios de la poesía, como las estructuras de tipo repetitivo; la poesía es claramente la narrativa en la medida en que con frecuencia incluye personajes, una ubicación temporal y cuenta una historia; y el teatro suele incluir muchas veces un narrador que introduce la acción. Este mismo blog es una muestra de lo que acabo de explicar, pues en muchas ocasiones he reseñado obras que no son poemarios sino álbumes, pero que, por algunas de sus características, tienen puntos de contacto con el género lírico.
     Vuelve a ocurrir lo mismo con el libro que hoy me ocupa,  La Reina del Turnedó, ya que no es fácil establecer a simple vista a qué género literario pertenece. 
     ¿Qué es La reina de Turnedó? La propia editorial lo llama poema escénico, un término que en principio no aclara demasiado las cosas porque es de por sí bastante difuso, pero que nos ayuda a localizar la obra de Gloria Sánchez y Pablo Otero en un lugar intermedio entre el género lírico (al cual remite la primera parte del término) y el dramática (al cual alude la segunda). 
    En palabras de Amaia Riesco, en su artículo, "El poema escénico: un género híbrido", "el poema escénico es un género adscrito a la lírica pero que, sin embargo, ha buscado dramatizar la liricidad a través de mecanismos expresivos de los que se ha servido habitualmente el drama como el diálogo y el monólogo dramáticos, al división en escenas, los interlocutores ficticios, etc". Así, pues, el poema escénico participa de lo lírico y lo dramático al mismo tiempo, y eso mismo ocurre en La reina del Turnedó en diversos grados de proporción. Pero lo más curioso es que este libro no solo sería un híbrido de poema lírico y obra dramática, sino también de libro-álbum, lo cual resulta curioso a la par que fascinante, en la medida en que algunos de los recursos que dan carácter dramático al libro, como la división en escenas, encaja con la división en secuencias propia del álbum y en general de las narraciones para primeros lectores. En esta obra se produce además una confluencia de géneros más compleja aún, en la medida en que muchos de los recursos que son propios de la poesía popular, en la que se inspira claramente el libro, son a su vez propios también del álbum ilustrado, de tal manera que podríamos calificar esta libro de álbum-poema escénico.
    Del género dramático tiene esta Reina del Turnedó sin duda alguna la división en escenas, así como la fórmula de apertura ("Señoras y señores") que inaugura un tipo de texto esencialmente (re)presentativo, esto es, en el que las acciones se presentan ante el público que, además, está explícitamente representado al final de cada secuencia, a pie de página, donde, a modo de contrapunto interactivo y por supuesto metaficcional (un rasgo, por otro lado, muy frecuente en el teatro infantil), se incluyen comentarios que guían al público-lector y lo animan a participar en la propia historia que se despliega más arriba. Dichos comentarios o subrayados son siempre de tipo onomatopéyico, y contribuyen, pues, a dar ambiente sonoro al poema, y a que el libro sea apto para ser leído conjuntamente e incluso representado. 
    Del género lírico tiene esta Reina del Turnedó una serie de recursos claramente deudores de la poesía popular, como la estructura acumulativa (en cada secuencia se van añadiendo nuevos elementos a la enumeración creciente en la que se basa todo el texto) y el uso del sinsentido, dentro de una estructura en la que interesa más el ritmo y la sucesión de elementos, el hecho de que el lector pueda ir adelantando lo que va a pasar, que la historia en sí, aunque sí haya una historia: absurda, claro, divertida y algo descabellada, pero historia al fin y al cabo. Por eso, en este libro tampoco está ausente el género narrativo, que es sin duda el que más contamina toda la literatura infantil, hasta el punto de que, como he dicho más atrás, tanto la lírica como el teatro infantil suelen acusar la influencia de la narrativa. Aquí encontramos la presencia implícita de un narrador que presenta la historia, de tal manera que es el que describe las acciones de los personajes y el que introduce sus diálogos. Y también tenemos una trama, con una evolución clara, una linealidad evidente que nos lleva hasta un final que no solo cierra, de forma circular, todo el libro, sino que  es además metaliterario, pues en él se  repiten los mismos versos que aparecen casi al principio ("Esta es la princesa / que guarda la vaina / de la mata del jardín / de la reina de Turnedó"), pero con un añadido: "Este cuento está contado (...) / ¿Saben quién me lo enseñó? / La niña princesa / que guarda la vaina / de la mata del jardín / de la reina de Turnedó"). 
    Pero el carácter híbrido de esta obra aún va más allá, porque aquí se está uniendo la lírica popular infantil con el teatro y, en fin, con el libro-álbum, en tanto en cuanto se produce continuamente un diálogo con las ilustraciones, que ocupan generalmente las páginas impares, aunque en ciertas ocasiones invaden también las pares y, un par de veces, el texto desaparece para dejar paso a una imagen que invade la doble página. Una de esas veces se produce cuando la enumeración acumulativa ya está muy avanzada y, por lo tanto, es un acierto que la imagen nos ayude a visualizar todos los elementos que la componen; en otra ocasión, se trata de una ilustración más bien tipográfica, puesto que se reduce a uno de los sonidos onomatopéyicos ampliado y en letra más grande (un enorma "Pumba Plof").
    Las ilustraciones, por su parte, se caracterizan por una estilización muy acusada. Siempre sobre fondo blanco, están caracterizadas por un protagonismo absoluto de la línea sobre el color, y por el el bicromismo: líneas en negro sobre fondo blanco, que en ciertas páginas se adensan hasta ofrecer una masa tupida del mismo color y que otras veces están rellenadas con color rosa. Un primitivismo acusado que remite, en algunos momentos, a lo caricaturesco y en otras al cubismo, con aires claramente picassianos en algunas representaciones femeninas e incluso un guiño velazqueño (en el personaje del médico). Esta estilización cuadra a la perfección con un texto tremendamente depurado en sus formas, al igual que casa el primitivismo con la inspiración popular de los versos que se van sucediendo. De la misma manera, la superposición de elementos un tanto absurda del texto, o cual no importa jamás en la lírica popular porque a esta no hay que buscarle la lógica sino el ritmo, se corresponde casi punto por punto con la progresión de las ilustraciones. 
    En el fondo este libro no es más que un juego, y a jugar se nos invita ya este curioso artefacto genérico desde la cubierta, que remite a un tablero de damas o de ajedrez, con sus cuadrados blancos y rosas demarcados por líneas negras, los tres colores que van a ser protagonistas en las páginas interiores
   ¿Qué es, pues, La reina de Turnedó? Poema escénico, poema culto de inspiración popular, cuento absurdo, libro-ábum, canción popular, qué más da.  Quizás el mejor elogio que se le pueda hacer es que es muchas cosas y ninguna al mismo tiempo, y que se mantiene dentro de una rica indefinición que plantea interrogantes al crítico y, por lo tanto, enriquece al lector. 

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